jueves, 30 de abril de 2020

El loco

EL LOCO 1 -Podríamos juntar entre todos unos mangos y hacerlo amasijar, hoy en día con tres o cuatro lucas hacés boleta a cualquiera. El tipo lo dijo en el medio de la calle a un grupo de cuatro o cinco vecinos, y nadie se inmutó, al contrario en sus caras se notaba la aprobación a la idea. Solo Darío abrió los ojos con sorpresa… Estaban esos y otros vecinos mirando como trabajaban los bomberos, apagando los últimos focos de una vivienda, justo enfrente a la del “loco”. Ya hacía bastante tiempo que estaban todos convulsionados con estos hechos. Era un vecindario de las afueras de la gran ciudad, de lo que se llamaba clase media, con pretensiones de “media alta”. Muy arbolada, con todas las calles asfaltadas, la mayoría de los moradores empleados, muchos profesionales, casi todos con auto, algunos con dos para que la señora pudiera llevar sus chicos al colegio privado. La mayoría de los chalet contaban con jardín al frente, garaje, parque trasero y en muchos casos con pileta de natación. Los domingos, el jefe de familia lavaba el auto o cortaba el césped. En estos lugares el auto debe ser grande, si es posible llamativo, deportivo o tipo cuatro por cuatro. Automóviles diseñados para impresionar, ya que es muy difícil que las rurales o camionetas salgan más de una vez al año de la ciudad, y cuando lo hacen es generalmente para estar estacionadas en alguna playa de la provincia. Lo mismo con los deportivos, las calles y rutas no están preparadas para este tipo de vehículos, las cubiertas y los talones de las mismas, son muy bajos, por lo que usualmente deben circular mucho más despacio de lo que lo hacen el resto de los automovilistas. En estos barrios semi residenciales, la mujer generalmente es “ama de casa”, por lo que durante el día está sola, o cuando mucho con sus hijos o personal domestico. En días laborales se ven pocos hombres, salen temprano, tienen puestos u ocupaciones muy absorbentes, vuelven tarde, de noche. Todo comenzó con el suicidio de la madre. Era un matrimonio que parecía como todos, dos hijos, el mayor: un varón y la nena. Al padre se lo veía poco, solo los domingos, cuando charlaba con algún vecino al arreglar el jardín. Charlas intrascendentes, del tiempo, o criticar al gobierno de turno. Ella, después se enteraron, vivía deprimida, caminaba despacio, prácticamente no cruzaba palabra con nadie, solo lo indispensable, en general mal vestida, con ropas que siempre le quedaban holgadas. Todos los días el hijo mayor, ya adolescente, promediando la escuela secundaria, pasaba a buscar a su hermana por el colegio primario y juntos volvían para almorzar con su madre. En varias oportunidades había encontrado a esta en la cama, sin siquiera asearse. En estos casos, simplemente comían alguna sobra del día anterior o llamaban a la rotisería del barrio, sin darle demasiada importancia. Pero ese día fue distinto a los demás, juntos charlando entraron y se encontraron con que en la cocina nadie preparó nada. Fueron hasta el dormitorio y la encontraron. No se despertó con las sacudidas y los gritos de los hijos, la nena comenzó a llorar y siguió llorando por horas. El muchacho entró en una crisis, de la que luego nos dimos cuenta, nunca salió. Comenzó a gritar, a romper muebles, ventanas, vajilla. En pocos minutos destrozó prácticamente el mobiliario completo de la vivienda. Cuando llegó la policía alertada por los vecinos, ya era tarde, no quedaba nada en pie. Ya en ese momento les llamó la atención a los vecinos el trabajo que les costó a los uniformados contenerlo. El muchacho era bastante grande y muy fuerte, además en el estado de crisis en que se encontraba fueron necesarios cuatro fornidos agentes para reducirlo. Cuando por fin se lo llevaron junto con su hermana, dejaron durante todo el día un policía de custodia al frente de la casa, entre otras cosas porque dentro quedó la madre y la puerta de entrada destrozada, permitía la entrada de cualquiera. Recién por la noche acompañado por policías de civil apareció el esposo, estuvieron dentro de la casa y por último se llevaron el cuerpo de la mujer, acompañado por él y los policías. Por dos días la casa quedó sin custodia, apenas cerrada con la puerta arrimada. Luego, unos obreros repararon la puerta, pusieron candado y cerraron la casa. Pasaron tres años hasta que el padre y el hijo abrieron la propiedad. Durante dos o tres semanas se los vio muy atareados limpiando, arreglando, contrataron un volquete donde depositaron los muebles destrozados, los enseres que ya no servían. Tiempo después nos llegaron comentarios que la nena vivía con una tía en otra provincia. Poco a poco la vida de padre e hijo parecía que se normalizaba. El padre retomó sus múltiples actividades y como antes se iba muy temprano a la mañana volviendo bastante tarde. El muchacho estaba solo todo el día, no trabajaba, no estudiaba, y prácticamente no salía. Se empezaron a ver caras extrañas en el barrio, chicos y chicas que entraban y salían de la casa. En algunas ocasiones se escuchaban griteríos, música muy fuerte, se vio varias veces en pleno día salir de la casa borrachos gritando. La vecina de unos de los lados, una tarde de mucho calor, cuando los gritos y risotadas provenientes de la pileta fueron –según ella- insoportables, llamo a la comisaría. Después nos enteramos que vino el subcomisario en persona. Entró en la casa, estuvo una hora y se marchó. Esa tarde se calmaron, pero dos o tres días después continuaron más o menos en lo mismo. Nadie en particular recordaba quien lo dijo, pero luego fue como si todos lo daban como sobreentendido: -Seguro que “El Loco” vende droga, por eso la policía no hace nada, debe estar metida. La vecina de enfrente, una cordobesa joven y muy bonita, madre de dos hijas, con mejor intención que suerte, una tarde se dio cuenta de que hacía horas que el muchacho estaba solo sentado en el jardín del frente. Resuelta se cruzó directamente hacía él. -¿Te pasa algo Javier? -Pasa que se me cerró la puerta y estoy esperando al viejo para entrar. La mujer lo llevó a su casa, le dio para comer unas galletas, le sirvió café. El Loco jugó con las nenas, las hizo reír, las ayudó con unos trabajos que tenían para la escuela. Cuando llegó el marido y vio que su vecino jugaba con sus hijas, sin siquiera saludar llamó a su mujer aparte. La discusión que mantuvieron fue en susurros pero muy intensa. Javier se marchó sin saludar, pero al otro día cuando el marido no estaba se cruzó y muy educadamente le agradeció a la mujer la merienda, ésta conmovida repitió la invitación. El Loco, como ya le decían, se fue bastante antes de que llegara el marido. Y esto se repitió muchas veces, hasta que lógicamente, el esposo se enteró de estas visitas. Esta vez la discusión fue creciendo en intensidad, hasta que el tipo le estampó un sopapo a su mujer, quien gritó más de bronca que de dolor. Un minuto después apareció Javier, con un enorme cuchillo. Abrió de un puntapié la puerta de entrada, el marido al verlo con el arma, prácticamente salió corriendo. Javier lo alcanzó, lo acorraló, le puso la punta del metal en la garganta y con voz desencajada: -¡La próxima, te mato! Dos días más tarde, la policía se llevó al “Loco”. Una semana después regresó, tenía la cara desfigurada por golpes, y se lo veía cojear al caminar. Pasó otra semana, y “por causas desconocidas”, vimos como se consumió en las llamas el automóvil deportivo de su vecino golpeador. A partir de ese día, Javier visitaba cada tanto a su vecina. Cuando estaba sola o con las nenas, siempre a plena luz. -¿Se puede saber porque lo dejás entrar al “Loco” a la casa? -Que querés que haga, es amable, le trae caramelos a las nenas... -¡Te prohíbo que dejes que ese tipo se acerque a las nenas! -¿Y que hago, que le digo? -No sé, fuiste vos que lo dejó entrar la primera vez… -Está bien, voy a hablar con él. Todos se sorprendieron cuando pusieron en venta la casa y en poco más de diez días se mudaron. Nunca se supo donde. Dos meses después se incendió de noche la casa del carnicero del barrio. Alertados los bomberos, pudieron dominar rápidamente el siniestro. Explicaron que fue intencional, se quemó el porche, parte del techo y la puerta de entrada. El carnicero era un hombre tosco, de pocas palabras, pero nos contó a los que mirabamos actuar a los bomberos, que había tenido una discusión muy violenta con Javier “El Loco”. Parece que le debía un dinero y al reclamárselo, Javier lo insultó y lo amenazó con represalias si continuaba reclamando. El comerciante lejos de amilanarse, lo increpó cuchillo en mano: -¡Si no pagás, te parto al medio, pedazo de atorrante! Contó el carnicero, que Javier se marchó sin decir palabra. -Este mal nacido me la juró, lo voy a matar, que se cree. -No, lo que hay que hacer es una denuncia formal y que la policía actúe. La policía actuó: Lo fueron a buscar nuevamente, pero Javier no quería salir de su casa, gritaba como endemoniado. -Hijos de puta, yo no hice nada, de acá no me sacan si no es con una orden de un juez. La policía, entró por la fuerza y después de muchos golpes con sus cachiporras, pudieron esposarlo y llevárselo. Uno de los vecinos, que se jactaba de estar metido en la política, invitó a un grupo de éstos a una reunión en su propia casa, para discutir qué hacer con este “loquito” Fueron diez o doce “preocupados” y el dueño de casa, presentó al comisario, traído por él como hizo notar. Informó que la denuncia la hizo él mismo, en persona. Casi inmediatamente comenzaron a reclamarle al oficial que la seguridad en el barrio era un desastre, que no se podía vivir, que Javier traía toda clase de delincuentes, drogadictos, borrachos y que él, el comisario estaba para defender a los buenos vecinos que pagaban religiosamente los impuestos... -Que son los que pagan su sueldo, por otra parte. -Nosotros solo podemos actuar ante una denuncia, o por orden de un Juez. -La denuncia está hecha. -Si bueno…, pero sin testigos, sin pruebas, es difícil mantenerlo por mucho tiempo, no se olviden que el padre puso un abogado. -Ese, bien que se borro, hace tres mese que no aparece. -Miren, yo creo que después de estar unos días detenido se va a calmar, lo asustamos un poco y listo, no creo que los moleste más. El dueño de casa, cuando despidió a los vecinos, ya sin la presencia del comisario, con un tono canchero les explico que habló previamente con él y le pidió que lo sacuda un poco al “Loco”, y por supuesto que entendió y accedería gustoso. Tres semanas tardó en volver Javier, se lo vió muy lastimado, dos semanas estuvo sin salir de su casa. Todos los días venía una señora, que se quedaba tres o cuatro horas. Dos meses más tarde, el señor influyente se tomó vacaciones con su familia. Se fueron una mañana de verano en su imponente cuatro por cuatro cargada con las consabidas valijas. Lejos estaban de sospechar que esa camioneta y esos bolsos, serían las únicas pertenencias que les quedarían dos días después. Cuando alertados volvieron y se encontraron que su hogar, su propiedad, era solo un montón de cenizas. Ese mismo día, con lo puesto se fueron y nunca más se los vió. Se realizó otra reunión, esta vez en la sociedad de fomento, donde se lo invitó nuevamente al comisario, y obviamente dijo lo mismo: -Sin pruebas o testigos yo no puedo hacer nada. Casi al mismo tiempo que pasaba ésto, se vendió la casa de frente a lo de Javier, un matrimonio muy joven la ocupó. Javier, el mismo día de la mudanza, los saludo y en nombre de los vecinos les daba la bien venida. Solícitos los vecinos, alertaron a la pareja, de que El Loco Javier era de temer. La chica no les creyó, incluso le cayeron muy mal los comentarios. A partir de ese momento Javier prácticamente todos los días, se cruzaba con cualquier excusa, que le faltaba sal o harina, o le regalaba alguna fruta, que él decía eran de su jardín. Según denunció la chica, Javier le hizo una proposición indecente. La policía, nuevamente se lo llevaron, esta vez sin lastimarlo, y en unas horas estaba otra vez en su casa. El oficial de guardia que tomó la denuncia, le explicó al marido de la chica, que era su palabra contra la de él. -Tenga en cuenta que lo dejó entrar, que por declaraciones era un visitante asiduo, en fin que quiere que haga… Fue cuando apagaban el incendio de la casa del frente a la del “Loco”, Lucas, un vecino como otros, propuso: -Podríamos juntar entre todos unos mangos y hacerlo amasijar, hoy en día con tres o cuatro lucas haces boleta a cualquiera. 2 -Pero Lucas, que estás diciendo, es una vida.- Fue Darío, el único de entre varios vecinos que reaccionó. -¿Que proponés? -No sé, pero me parece que no se puede actuar como cavernícolas. -Está bien, cuando tengas una idea mejor te escuchamos. Esa noche, mientras trataba de conciliar el sueño, Darío repasaba mentalmente la situación: “No puedo creer que, a gente civilizada, con estudios, simplemente se les pase por la mente semejante disparate. Tiene que haber alguna cosa dentro de la razonabilidad que se pueda hacer” Al otro día comenzó a buscar la solución: Charló con el comisario, se tomó un café con un abogado amigo y éste le presentó un Juez que muy amablemente lo recibió en su casa. Todos más o menos coincidieron en lo mismo, para poder actuar dentro de la ley es necesario contar con pruebas, no basta con solo la palabra. -Si no, con ese criterio cualquiera podría denunciar solo porque le tiene bronca. -En realidad todo el barrio cree saber, no pueden estar cien por cien seguros, nadie lo vio. -¿Y entonces? -Lo que tiene que hacer es cuidarse, no dejen solos a los chicos, o a las mujeres. -Lo único que falta es que me aconseje que compre un arma. -Mire, en algunos países mucho más civilizados que el nuestro, es una práctica normal y hasta fomentada. Si bien Darío vivía a dos cuadras de Javier, no estaba tranquilo con éste en el barrio. Se repetía que no debía sacar conclusiones apresuradas, como el resto de sus vecinos, pero se reconocía a sí mismo por lo menos como preocupado. Darío tenía auto, pero utilizaba el ferrocarril para ir al trabajo. Por la noche volvía caminando desde la estación y debía pasar delante de la casa del Loco. Una noche volviendo, una cuadra antes lo vio sentado en la vereda, y con enorme sorpresa se encontró cruzando la calle para no pasar delante. Fue casi automático, pero lo hizo, para peor no tenía excusa, un poco más adelante debía nuevamente cruzar a su propia vereda. Cuando cruzó por enfrente de Javier, éste lo saludó, y Darío torpemente le devolvió el saludo. Con una sonrisa que a Darío le pareció intencionada, Javier agregó: -Saludos a su esposa. Cuando llegó le comentó y preguntó a su mujer si podía interpretar el saludo del Loco. -Lo viste hoy? -Por supuesto, si esta todo el día, sin hacer nada, o fumando en la vereda o caminando por el barrio. -¿Pero te dijo algo, te molestó? -No, nada, saludarme nada más. Darío esa semana compro un perro adiestrado, un enorme animal, que de solo verlo causaba impresión. La mujer al principio no estaba de acuerdo, pero pronto le tomo cariño, a pesar de su fiereza, tal vez por su adiestramiento, con los dueños de casa era como cualquier mascota. Era muy raro que ladrara de noche, pero una noche fue como si el perro enloqueciera. Tanto tiempo ladró y gruñó que terminaron por llamar a la vigilancia nocturna con que el barrio contaba. Cuando vinieron, el perro ya estaba calmado, y luego de revisar los fondos de la casa no encontraron nada anormal. Supusieron que algún gato u otro perro... -Pero este animal está adiestrado para solo ladrar por intrusos. -Se habrá confundido, je A la noche siguiente cuando pasó delante de la casa de Javier, este apareció desde la oscuridad, sorprendiéndolo (y asustándolo) a Darío. -Buenas, vecino. -Que tal Javier, buenas noches -Que quilombo que hizo el perro anoche, ¿no? … -¿Y cómo lo escuchaste si estás a dos cuadras? Con una sonrisa que le hizo erizar los pelos de la nuca a Darío, El “Loco” no contestó y se metió dentro de su casa. En las siguientes semanas, el episodio con el perro se repitió tres veces más, a altas horas de la noche sin motivo aparente ladraba, gruñía, parecía que lo atacaban. A la cuarta vez, se escuchó un disparo y encontraron el animal muerto. No solo acudió la vigilancia, sino que alertaron a la policía, y varios vecinos se acercaron. La conclusión oficial fue que intentaron robar y al ser atacados por el perro lo mataron. Darío reforzó las entradas a la casa, puso rejas en las ventanas traseras, a toda la tapia que rodeaba la propiedad le colocó vidrios y contrató una alarma del tipo de proximidad. Ya para entrar incluso de día, debían introducir un código. No era muy agradable, pero se sentían un poco más seguros. -El rope ya no jode más, ¿vio? Fue el comentario de Javier, cuando otra vez se cruzaron. Darío se detuvo en su andar, lo miró y se dio cuenta de que el loco, lo estaba sobrando. -¿Vos sabés algo? Con el ceño fruncido, con bronca, mirándolo fijamente a los ojos Javier le contestó: -Como voy a saber, o se olvida que vivo a dos cuadras. Darío lo sintió como una amenaza, más que un comentario. Se sentía cada vez más vulnerable ante este loquito peligroso. Luego cambiando totalmente la cara, Javier acercándose le comenta: -Linda la bombacha negra de la patrona. -¿Qué? Sin dar respuesta, Javier, dando media vuelta lo dejó solo en su desconcierto y humillación. “Esa era la prenda que usó anoche, fue la única prenda y con el calor durmieron destapados y con la ventana abierta. Pero da al jardín interno. ¡¿Para qué mierda tengo alarma?!” Los de la seguridad no entendieron que pasó, suponen una falla en la batería, cosa muy rara que en muy raras ocasiones sucede y por supuesto que no volverá a suceder. -Me quiero mudar. Fue lo primero que le dijo su mujer al contarle. Sabía que era imposible, la hipoteca, las deudas. -Pero algo tenemos que hacer, me está volviendo loca. No me animo a dejar la casa sola, no puedo ni salir al jardín por miedo a encontrarlo, no puedo más. Fue la primera vez que se le cruzo por la mente: “Al fin al cabo Lucas no estaba tan errado” 3 Y casi sin darse cuenta comenzó a jugar con la idea. Al principio como una fantasía, un pensamiento, del cual se arrepentía de tener. “No puede ser que la capa de civilización sea tan insignificante”. Vivía obsesionado, con la mujer se comunicaba tres o cuatro veces por día. Al volver del trabajo, si lo veía en la vereda, imaginaba un posible diálogo, o incluso una pelea “mano a mano” donde en defensa propia lo ultimaba. Solo en su mente, al cruzarlo a media voz un saludo formal, y el otro, el loco, lo gastaba con una sonrisa de oreja a oreja con un: –Saludos a la patrona... Si no lo veía era peor, “¿Estará dentro, habrá salido o estará espiando a mi mujer?” Un domingo, cortando el pasto, se quedó parado frente a la máquina, con los ojos fijos, con la boca semi abierta, el corazón latiendo a un ritmo superior a lo normal. Fue solo un instante, pero en ese momento tuvo la certeza absoluta de que la idea de matarlo ya no lo horrorizaba, y no solo eso sino que la idea le gustó, la vio como posible, necesario. “Es increíble, pienso en matar, como algo que puedo hacer, ¡que quiero hacer! ¿Estoy loco? ¿Tan frágiles son mis valores? Y suponiendo que lo hago ¿Podre vivir con el remordimiento? ¿Los tendré?” “Toda la vida en contra de la violencia, en que nada justifica el sacrificio de una, enemigo acérrimo de la pena de muerte, creencias religiosas, enseñanzas que no se debe matar ni una hormiga, que los animales solo matan para comer, que los seres humanos en su barbarie lo hacen con cualquier excusa. ¿Defensa personal? En ese caso o en una guerra, no solo está permitido, sino que fomentado. Todas las leyes, todo el aparato judicial, la policía, los jueces, la sociedad toda ¿Nada pueden hacer? ¿Es una situación límite? Poco a poco, comenzó a darse cuenta de que en realidad quería venganza, quería demostrarle y sobre todo demostrarse, que podía, que era capaz. Se preguntó a sí mismo, si la mujer lo apoyaría o no. La respuesta surgió obvia, si quería transformarse en un asesino, no podía ni debía hacer partícipe a la esposa. Esto también lo intranquilizó: “Ya no seré el mismo”. “A lo largo de la vida uno cambia. Debería hacerlo mejorando, ser cada año mejor persona que el anterior. ¿Después de matarlo, seré mejor? “Si mal no recuerdo, Lucas dio a entender que conocía tipos capaces de hacer el trabajo, ¡Que espanto! Seguro que debe ser fácil contratar alguien, pero estos tipos pueden después volverse contra uno, chantajear, ¡Más aún, el loco puede pagarles más y darlos vuelta! No, este es un trabajo que debo hacer solo, nadie, ni siquiera mi mujer tiene que saber..., estoy solo” “Tengo que encontrar una alternativa menos espantosa…” “Una vez que lo haga es irreversible, ya nada será igual, no estará el loco y no estaré yo, … seré otro” “Es increíble, realmente lo tengo decidido” 4 El comisario terminó de leer el informe, lo arrojó sobre el escritorio, prendió un cigarrillo, miró a su subalterno que estaba parado, rígido, desde hacía 30 o 40 minutos, mientras el leía. –Era fija, al final lo mataron. -Si me permite mi comisario, lo mató. Según los informes de los peritos fue una sola persona. -Se leer González. … -Fue Darío. -¿Pido orden de captura mi comisario? -No González, no. No tenemos ninguna prueba. ¿Usted es medio boludo, verdad?, ¿No sabe distinguir un comentario? -Yo se que fue él, fueron todos, pero fue Darío. No sé si por valiente o cobarde. El comisario íntimamente no sabía si alegrarse o entristecerse. Hombre pragmático, inmediatamente desechó las pérdidas. Javier al igual que decenas de chicos y muchachos traficaban, el conocía estos delitos, pero al mismo tiempo los mantenía controlados, y al fin al cabo no eran demasiado graves, y por otro lado siempre algún “retorno” aparecía. Lo bueno de esto, pensó “Me hizo un favor, ahora los vecinos me van a dejar de romper las bolas”. El padre del “Loco” tenia influencias políticas, por lo que se hicieron las investigaciones del caso, se interrogo a los vecinos, amigos, “clientes”, a las antiguas víctimas. Se hicieron peritajes, se tomaron muestras de sangre, de elementos encontrados en la escena del crimen, sin ningún resultado. Sebastián Saravia era el fiscal que llevaba adelante la investigación, era un hombre de 40 y pico de años, ya bastante curtido con todo tipo de barbaridades humanas, y este caso en principio era uno más. El móvil era casi evidente, el que no odiaba a Javier, alias “El Loco”, le tenía miedo, el problema era otro: Notaba que toda la investigación si bien formalmente se llevaba a cabo, el comisario hacía su trabajo como a desgano, y por ende todos los que dependían de él no se tomaban demasiado en serio el tema. Por su experiencia el fiscal sabia que esto sucedía en general por dos causas: O algún uniformado estaba involucrado en el crimen o había coima de por medio. Sin embargo, no era este el caso, Javier no traficaba tanta droga como para ser un negocio importante para nadie, y realmente estaba convencido que nadie de la fuerza policial estaba involucrado. A medida que avanzaba la investigación se dio cuenta que cada uno de los que conocieron a “el Loco” se alegraban con la muerte del mismo. Incluso y lo que más le llamo la atención es que todos justificaban con distintos razonamientos el asesinato. Es fácil, desde afuera, justificar casi cualquier cosa. Pero el no. El estaba adentro. Muchos años estudiando, sacrificando salidas, noches enteras para dar un examen. Desde que terminó el primario sabía que quería ser abogado, “penalista”. El que comete un crimen tiene que pagar, el que viola la ley le debe al estado un resarcimiento, se lo enseñaron desde temprano. Por eso era fiscal, para descubrir la verdad de los hechos, y lograr el justo castigo al que transigió lo establecido. Sebastián Saravia, era un hombre rígido, con conceptos estructurados, no tenía –ni quería- flexibilizar sus convicciones. No le hacía falta. O por lo menos eso creía. Discutía permanentemente con los abogados defensores, estos esgrimían argumentos que no tenían nada que ver con los postulados puros de la ley. Con algunas variantes los diálogos eran siempre parecidos: -Si el código dice 10 años por ese delito, ¿Por qué mierda querés bajarlo? -Sebastián, déjate de joder, el tipo se pasó la vida en un chiquero, donde lo único que importaba era la supervivencia, desde chico aprendió que nadie le daría nada, o lo tomaba el o lo tomaba otro, eso es todo. -Decime donde dice en el código estas cosas, y pido una pena menor, … Este caso lo tenía a mal traer, todos sin excepción justificaban este homicidio. -Están locos, no se puede justificar lo injustificable, el homicidio está penado. -¿Y si fue en defensa propia? -De que defensa me habla, fue planeado, al “Loco” no le dieron tiempo ni de pensar, lo ejecutaron a sangre fría. -Si pero se puede pensar que fue en defensa propia, anticipando lo que el “Loco” en el futuro haría. -¿Me está hablando en serio?, ¿Pretende justificar el crimen preventivo?, déjese de joder, hablemos en serio. -La justicia por mano propia no existe, es un contrasentido en si mismo. Primero que es la ley la que determina que es justo y que no, y es la ley que dice quien y cuando se debe aplicar los castigos o las penas. Sebastián Saravia, como todo estructurado que se precie, respetaba el poder. Simplemente sin llegar a razonarlo, el hecho de que un hombre tenga una posición importante significa que la ganó, y por lo tanto es digno de respeto. En el curso de la investigación converso e interrogo a varios “influyentes” ciudadanos, incluso sorprendido, en una conversación distendida con un juez de renombre, comentando el caso, este casi sin querer justificó que lo mataran. -¿Sabe que pasa Saravia?, los seres humanos somos todos muy parecidos, y al mismo tiempo muy distintos, por eso no es posible poner una computadora que analice cada caso jurídico, por eso existimos los jueces para evaluar cada caso. -Macanudo, pero solo pueden evaluar dentro de límites, no pueden justificar mas allá de lo que la ley le permite. -Es verdad… 5 “Ya está, ya esta … Es increíble, tan fácil, tan simple. Es como decía mi viejo: Somos como una uva, la piel parece dura y en ciertas ocasiones lo es, pero en el fondo la piel de una uva, con un poco de fuerza se rompe. Un solo disparo, uno solo bastó. Claro con el cañón de la pistola en la boca, no queda mucho cerebro intacto, más bien nada. Lo único que hacía falta era decidirse, (como casi todo en la vida). Pero tan rápido, sorprendente. Y tan sencillo”. Darío golpeo la puerta de Javier, serian las 3 de la mañana, sabía que estaba solo. Al verlo, Javier se dio cuenta que estaba perdido, algo en su subconsciente le dijo que era inútil resistirse o intentar una defensa, no tenia caso, vio el arma en la mano de Darío, lo miro a los ojos y supo que le quedaban pocos minutos de vida. Se equivocaba, le quedaban segundos. Sin ninguna sorpresa comprendió lo que le esperaba, que incluso lo deseaba. Ya nada dependería de él, su suerte, por lo menos desde ese instante y durante unos minutos seria responsabilidad de otro, podría relajarse y disfrutar de una libertad nunca antes conocida. Dario, bastante más bajo que Javier, le ordeno retroceder, le indico que abriera la boca, le introdujo el caño de la pistola y apretó el gatillo. El ruido no fue mucho, seguramente atenuado por el mismo cerebro. De la parte superior de la cabeza de Javier se desprendió una importante cantidad de huesos, sangre y masa encefálica , la muerte fue instantánea. El “Loco” cayó para atrás, y se desplomo sin ruido. Desde que atendió la puerta hasta su muerte pasaron 20 segundos. Darío, cerró la puerta tras de si, se subió al auto alquilado el día anterior, y se dirigió al pueblo distante 145 km de su domicilio. Dos días antes le aviso a su mujer que tenía que viajar por razones de negocios y le pidió que mientras estuviera ausente se alojara en casa de su madre. Pidió en el trabajo licencia por cuatro días para descansar, licencia que le debían, por lo que no llamo la atención. Ya en el pueblo rento un automóvil, y un cuarto de hotel, con nombre falso. El hotel permitía entrar y salir por el garaje, por lo que nadie podía comprobar quien estaba, quien no, a qué hora salían o entraban. Darío en el auto llevaba un bolso con ropa de recambio, por lo que media hora después del homicidio, se cambio en el auto y metió en el bolso toda su ropa, junto con la pistola. Una hora después la pistola desaparecía en el fondo de un arroyo, y la ropa ensangrentada, se quemaba a 10 km del pueblo. Tres horas después de la muerte de Javier, Darío estaba bañado y desnudo mirando el cielorraso de su habitación. Varias semanas después, estaba en una habitación parecida, le gustó eso de desaparecer por dos o tres días sin que nadie supiera donde estaba. Ya estaba seguro que no lo acusarían de nada, estaba seguro de que sería un crimen más que quedaría impune. El fiscal lo había interrogado varias veces a diferencia de otros. El mismo comisario lo interrogo y le hizo algunas preguntas que él no pudo responder, pero luego quedaron en la nada. ¿“Porque mierda no siento nada? Ni siquiera preocupación, mate una persona, y me es absolutamente indiferente.” Darío jamás comento con su mujer el homicidio, su mujer solo una vez le pidió una opinión al respecto, al ver que su marido no contesto y tal vez sospechando que algo sabia y le ocultaba, nunca más le hablo del tema. Al principio Darío trataba de justificarse, se decía que fue lo mejor para él para el barrio y sobre todo por la seguridad de su mujer. Se repetía que no le dejó alternativa, la policía no podía o no quería hacer nada, imposible mudarse. ¿Qué quedaba? ¿Dejar que un loco hiciera un infierno de la vida de los otros cuando se le antojara? “¿O siento, y mis mecanismos de defensa me ayudan?” Poco a poco se produjo en la mente de Darío un cambio extraordinario: se dio cuenta de que estaba contento, no solo con el desenlace, sino fundamentalmente consigo mismo. Unas cuantas semanas después del crimen, desnudo y solo en una habitación de un hotel de mala muerte en un pueblo perdido de la provincia se dio cuenta que ya no era el mismo. Al final Javier, lo convirtió en otro… y no le importó.

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